“Delenda Carthago”, como decía Catón el Grande
Estar varias semanas trabajando por toda la geografía de Túnez, desde la capital hasta la preciosa isla de Djerba, me ha permitido aprender bastante sobre sus gentes y sus costumbres. No diré que soy un experto, pero sí que he visto más cosas de las que normalmente te encontrarías yendo de vacaciones a un hotel.
En general Túnez me recordó a lo que debía de ser España en los años 60: Un país que obtiene gran cantidad de su riqueza gracias al turismo, con unas playas sobresaturadas de hoteles y un interior sin ningún tipo de infraestructuras.
Sobre todo me chocó mucho la tranquilidad con la que viven por allí. Eso tiene puntos buenos y puntos malos. Entre los buenos, las ventajas propias de la calma. En Túnez creo que debe de haber poca gente estresada. Vas a una imprenta, por ejemplo, a pedirles un encargo de chorrocientas mil papeletas, y lo primero que te dicen es si te apetece un té. ¡Y no les digas que no! No pueden concebir que tengas tanta prisa como para no detenerte media horita a disfrutar de la hospitalidad del vendedor y de una charla ligera.
Los puntos malos… Bueno, son evidentes. El “reverso tenebroso” de esta calma es que hacer negocios por allí es algo lento. No considero que España sea precisamente un ejemplo de eficacia empresarial, pero hasta a mí me pareció que podían darse un poquito más de prisa con los encargos. Por poner un ejemplo real, hace tres meses (¡tres meses!) que persigo al abogado local para constituir una sociedad allí. Hace tres meses que dicho abogado tiene toda la documentación que necesita. Y seguimos esperando.
Otra cosa, digamos interesante, de Túnez es la manera de conducir. Me llevé la impresión de que las normas de circulación por allí son meras recomendaciones. No hay carriles en las calles urbanas, porque no hacen falta: Un carril es un sitio donde cabe tu vehículo. Si tienes espacio, metes tu coche y… ¡bingo! Acabas de crear tu propio carril, que desaparecerá cuando deje de serte útil.
Carriles de quita y pon. ¡Qué apañados!
Incidentalmente, también el sentido de la circulación es cosa de consenso. Se circula mayoritariamente por la derecha, pero si en un momento dado necesitas ir por la izquierda, no te cortes.
En fin, no llega a los extremos de la India, pero casi.
(Detalle asombroso: No vi ni un solo accidente de circulación).
Ya que hablo de circulación, una experiencia que recomiendo a cualquiera que vaya por ahí es montar en un “louage”, un taxi colectivo. Es uno de los medios de transporte más utilizados en el país.
Una estación de “louage” tiene más de zoco que de estación propiamente dicha. Es un lugar donde se acumulan los monovolúmenes, sus conductores y sus pasajeros. Tú entras allí y empiezas a oír a la gente que te grita “¡Sfax! ¡Sfax!”, “¡Hammamet, Hammamet!”, “¡Monastir! ¡Monastir!” y cosas similares.
Que no son fórmulas mágicas contra el mal de ojo, sino posibles destinos.
Tú eliges el tuyo, compras un billete (que cuesta unos dos euros, dependiendo del trayecto) y te diriges a uno de los conductores que va para allí. Ocupas tu plaza dentro del monovolumen, y esperas.
“¿Cuánto? ¿Qué horarios tienen?”, pensaréis. Pero la cosa es diferente: Se espera… hasta que el taxi está lleno. Entonces, sale.
Curiosamente, las 6-8 plazas suelen llenarse bastante rápido. Lo más que he tenido que esperar un “louage” ha sido media hora.
Y de momento lo dejo aquí, que tampoco es plan de aburriros. En futuras entradas contaré más anécdotas.
P.D.: El título de la entrada no pretende ser ninguna declaración política anticartaginesa. Quien haya leído “Astérix y los laureles del César” reconocerá la referencia.
Etiquetas: Cuaderno de viajes, Islam