08 enero 2007

Prometeo en China

Recientemente he leído el artículo “Prisoner of the PRC. The experience of a Falun Gong practitioner”, del autor un tanto conservador Jay Nordlinger. Es una escalofriante referencia para entender la persecución a la que se ven sometidos los seguidores del Falun Gong en China, o de cualquier religión/culto organizado, ya puestos. El artículo en sí trata acerca de un ciudadano chino nacionalizado estadounidense, que ha sufrido tres años de prisión y torturas por seguir las doctrinas de este grupo. Entre las aberraciones a las que fue sometido, se relata el mantenerlo 92 horas despierto en interrogatorios, estar esposado 130 horas, obligarlo a asistir a “sesiones de reeducación”, mantenerlo de pie todo el día durante más de mes y medio, impedirle que viera a su madre agonizante antes de que esta muriera, o introducirle un tubo de alimentación asistida durante nada menos que 33 horas, todo ello mientras representantes del Partido Comunista Chino (en adelante, PCCh) grababan las escenas en vídeo.
Especialmente significativo es el momento en que el Sr. Lee relata que, como parte de su condena, le obligaron a trabajar en talleres fabricando luces navideñas y zapatillas de “Los Simpson”, en un insalubre taller con una temperatura media de 42 grados centígrados. Lo que sin duda debería hacernos pensar a los consumidores occidentales de productos baratos procedentes de la República Popular China.
Resulta llamativo, llegados a este punto, darnos cuenta de que el autor incluso pasa por alto muchos datos –objetivos y de sobra conocidos- que podrían hacer que su artículo fuera más escalofriante. Porque el Sr. Nordlinger podría haber hablado de muchas otras vejaciones de lo más inhumanas que sufren los seguidores del Falun Gong. Vejaciones que incluso nos remontarían mentalmente a los peores momentos del nazismo alemán.
Por ejemplo, una de las mayores protestas de los miembros de este grupo religioso (que están precisamente haciendo campaña mundial de concienciación sobre esta atrocidad) se centra en la existencia de verdaderos campos de concentración para practicantes de las enseñanzas de Li Hongzhi (fundador del movimiento Falun Gong). En estos lugares, amén de las sesiones de “reeducación” de las que nos habla el Sr. Lee, se llevan a cabo torturas (no tiene otro nombre) todavía más siniestras.
Concretamente, existen numerosas evidencias de que el PCCh está utilizando a estos presos políticos nada menos que como bancos de órganos vivientes. Tal extremo, que viene siendo denunciado por el Falun Gong desde hace años, y que ha sido estudiado incluso por representantes de la Organización de las Naciones Unidas, por ONG y por diplomáticos de diversas nacionalidades –que dan crédito a las acusaciones-, puede comprobarse simplemente acudiendo a páginas oficiales de hospitales chinos, en las que se vanaglorian de poder conseguir en una o dos semanas el órgano humano que se desee, compatible con el receptor (cuando los tiempos de espera en el resto del mundo no acostumbran a bajar de 30 meses aproximadamente). La única manera de conseguir esto es, cómo no, teniendo todo un almacén de cobayas humanas esperando ser utilizadas. Concretamente, los miembros del Falun Gong.
Estas acusaciones, así como las del Sr. Lee, hacen pensar que el tratamiento de este grupo religioso en China es absolutamente inadmisible en pleno siglo XXI. Los argumentos del PCCh para luchar contra este movimiento, sean o no correctos, pierden totalmente su fuerza cuando vemos los extremos a los que está dispuesto a llegar el Gobierno chino.

Es posible que el Falun Gong pueda considerarse una secta más que una religión. De hecho, la mayoría de personas levantarían una ceja en señal de escepticismo cuando Li Hongzhi se atribuye poderes de levitación o de hacer milagros. Sus supuestos vínculos con encarnaciones previas búdicas pierden todo el sentido cuando descubrimos que el Sr. Li tuvo que cambiar su fecha de nacimiento para hacerla coincidir con la del Buda Sakyamuni, lo que, por descontado, convierte en totalmente artificiales sus pretensiones. La teoría de que a través del qigong (esa especie de gimnasia que se practica tanto en China) se puede ser invulnerable al fuego o incluso a las armas normalmente hacen que se escape una sonrisa sarcástica.
El Falun Gong, efectivamente, presenta muchos de los caracteres distintivos de una secta. Incluso puede ser cierta la afirmación del PCCh acerca de que este grupo realiza lavados de cerebro a sus miembros. En este sentido, se me antojan especialmente preocupantes determinados dogmas del grupo. Por ejemplo, la obligación que tienen los miembros del Falun Gong de leer durante horas cada día el opúsculo de Li, el “Falun Gong Xiulian Dafa”, se parece demasiado a una técnica de adoctrinamiento basada, efectivamente, en el lavado de cerebro. Igualmente, las prédicas de Li Hongzhi al respecto de que solo existe una vía de elevación espiritual, que es por supuesto el Falun Gong, también levantan sospechas en este sentido.
De modo que sí, es posible –como decimos- que el Falun Gong sea una secta. Incluso podría llegar a considerarse secta destructiva para las mentes de sus miembros.
Pero nada de ello autoriza al PCCh a cometer las aberraciones que está cometiendo. Aberraciones que atentan contra la dignidad más elemental de la persona, y contra el espíritu mismo de aquellos individuos a los que el Gobierno chino dice proteger a través de sus inhumanas acciones.
En un momento dado del artículo, el Sr. Nordlinger hace una comparación de las torturas que sufrió el Sr. Lee con el martirio de Prometeo, al que aves devoraban diariamente su hígado, que se regeneraba para que el tormento pudiera continuar.

La imagen es muy acertada. El único crimen del titán Prometeo había sido entregar el fuego de los dioses a los humanos, a los que veía indefensos en un mundo hostil. Por atreverse a romper los esquemas celestiales y permitir que estos secretos (el fuego, que representa la técnica humana) quedaran al alcance de todos, Zeus ordenó tan radical castigo, que se prolongaría por toda la eternidad.
Del mismo modo, el Prometeo chino (ya sea el Falun Gong o cualquier grupo ideológico oprimido) sólo ha cometido el crimen de querer que cualquier persona en China pueda pensar o creer lo que desee. Por atreverse a hacerlo, como vemos, su hígado (metafórico y literal) es extirpado y vendido cada día.
El mito griego tiene dos finales. En una versión, Prometeo es efectivamente castigado hasta que el hijo medio humano de Zeus, Heracles, lo libera; entonces, el dios de dioses autoriza al titán a volver al Olimpo. Pero en el otro relato, Prometeo acaba sucumbiendo al tormento y, arrepentido, implora perdón a Zeus, que igualmente lo acoge tras haber abjurado de su “traición”.
¿Cuál será el destino del Prometeo chino? ¿Qué pasará con este movimiento que, sea o no una secta destructiva, encarna la lucha por la libertad religiosa en el Reino Medio? ¿Será su voluntad sometida por las torturas del PCCh y rechazará este derecho humano básico como prerrequisito para volver al Olimpo? ¿O tal vez llegará un Heracles, mitad dios mitad humano, que encarne lo mejor de ambas tradiciones (los valores confucianos-budistas-taoístas y la doctrina de los derechos fundamentales), y que permita salvar a este grupo y lo que representa?
Sea cual sea el desenlace, los habitantes del llamado mundo occidental debemos ser conscientes de que lo que ocurra dependerá en gran medida de nuestra voluntad de apoyar el proceso interno de democratización del Reino Medio. El trabajo duro es para los Prometeos y Heracles chinos, pero nada impide que les prestemos ayuda. Por ejemplo, siendo la voz de aquellos a los que les impiden hablar.

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