18 septiembre 2007

Un agresivo giro penal

“Aborrece el delito, pero compadece al delincuente”
(Cesare Beccaria/Concepción Arenal).

Pretendía retomar las entradas en esta bitácora con una referencia a los derechos que tienen los diplomáticos y los agentes consulares, pero un tema recurrente en los medios de comunicación estos días me ha hecho cambiar de idea. Aunque volveré en otra ocasión a lo de la inmunidad diplomática y demás, ahora trataré un tema más difícil de digerir.

En los últimos meses (mejor dicho, en los últimos años; desde el 11-S) se está generalizando en todo el planeta un pensamiento de “tolerancia cero” en el orden penal. Se está creando la idea de que la mejor manera de luchar contra el crimen, si no la única, es la agresividad. Según los ideólogos de esta postura, para acabar con los delitos solo hay tres estrategias posibles: Endurecer las penas, endurecer las penas y endurecer las penas.

Ahora bien, ¿tiene esto algún sentido? ¿Funciona de verdad?

Ya dije en mi entrada sobre la pena de muerte que lo de la función disuasoria de las condenas graves es normalmente un espejismo. Si la única postura penal que adoptas es agravar las penas, lo que consigues es que los delincuentes también agraven su violencia, no que la reduzcan. Para que la “tolerancia cero” funcione tiene que ser más bien una “tolerancia cero a medias”. Es decir, ser rígidos en el orden penal, pero a la vez proporcionar herramientas eficientes para la reinserción, y herramientas previas de educación (y, ya puestos, políticas sociales eficaces). Y esto falta en casi todos los países en los que se habla de endurecer las penas.

Por otro lado, hay que tener mesura y no perder de vista la imagen global. Y no olvidar que lo que buscamos es reducir el crimen, no tener cárceles llenas de presos. Lo primero significa que el sistema funciona; lo segundo, que está fallando.

En este sentido, hay que recordar que los criminales pueden cometer muchos delitos diferentes, y que hay delitos más graves que otros.

Hace años, por una moda mediática, se habló de endurecer las penas a los dueños de perros agresivos que causaran daños. Posteriormente, se ha hablado de endurecer las penas a los conductores que circulen bajo los efectos del alcohol. También han pedido endurecer las penas para los terroristas, los violadores reincidentes, o los agresores a mujeres.

Vaya por delante que soy consciente de la gravedad de todos estos delitos, y que no digo que queden impunes. Lo que digo, en cambio, es que la manera más efectiva de luchar contra ellos no es el simplista “más cárcel”.

Si seguimos por esta dinámica, llegaremos al absurdo. De acuerdo, alguien que mata a su mujer merece ser castigado. Pero, ¿qué pasa con el que ha matado a 15 personas? ¿No merecerá más pena también? Y, ¿qué hacemos con un gran narcotraficante que ha arruinado la vida a cientos de familias y matado indirectamente a varios adictos? ¿No debería castigarsele más que a un “simple” asesino?

A lo que me refiero es que esto nos llevará a una espiral de endurecer más y más las penas. Como hemos endurecido la del asesino de su mujer, tendremos que endurecer la del asesino de 15 personas, lo que nos hará endurecer la del terrorista, que a su vez nos llevará a endurecer la del narcotraficante masivo, etcétera, etcétera.

¿A qué llegaremos así? ¿A la pena de muerte? Ya sabéis lo que opino de su ineficacia. ¿Al endurecimiento de la pena máxima posible, la cadena perpetua, o el “cumplimiento íntegro de la pena”?

Ninguno de estos sistemas sirve para que el delincuente se reinserte en la sociedad. De hecho, estas políticas servirían precisamente para lo contrario. Con ellas, se dinamitaría la misma base del sistema reeducativo.

De hecho, si aplicáramos estas teorías a todos los delitos graves, se conseguiría precisamente lo contrario de lo que busca el principio de castigo penal. En vez de disminuir los delitos, aumentarían. Porque alguien que haya cometido muchos delitos graves verá que no tiene obstáculo penal o penitenciario alguno para seguir haciéndolo. En realidad, se le animará a ello, ya que sabrá que -en la práctica- cumplirá el máximo de condena con o sin muestras de reinserción. De modo que, traspasado este umbral, y hasta que sea capturado por la Policía, este hipotético delincuente futuro cometerá más y más delitos, porque no tiene nada que perder.

Y una vez detenido, este delincuente nada hará para mejorar su conducta dentro de la cárcel, porque no le aportará ninguna ventaja personal (como por ejemplo la aplicación de beneficios penitenciarios). Esto no ayuda precisamente a la reinserción, o incluso a la prevención delictiva. Sin embargo, es al peligroso extremo al que nos acercamos con estas ideas.

Como digo, lo que nos interesa de verdad es reducir el crimen. Para ello, en mi opinión, son más eficaces las medidas preventivas, educativas y de reinserción, que la simple doctrina del palo.

Al fin y al cabo, ese sistema ya lo intentamos, y no funcionó. ¿O acaso alguien cree que en la Edad Media (donde no había más que mazmorras y castigos sin reinserción) no había delitos?

Por eso, y yendo al caso concreto, tengo que llevarme las manos a la cabeza cuando oigo ideas como la de la llamada “castración química” para violadores reincidentes. Porque supone que no se ha entendido para nada el problema. Es exactamente la misma filosofía que cortarle la mano a un ladrón reincidente.

Un violador patológico es un enfermo mental. El hecho de que no tenga erecciones (perdonad la crudeza del lenguaje) no le va a quitar su enfermedad. Por lo que seguirá siendo agresivo y seguirá cometiendo delitos. Si, en cambio, se le da un tratamiento psiquiátrico, puede mejorar su conducta.

Tampoco sirven de nada las listas públicas de delincuentes. De hecho, destruyen toda posibilidad de reinserción. Los vecinos de estas personas no tratarán con ellas, nadie los querrá contratar, en las tiendas no los admitirán,... Convertir a una persona en paria, apartarlo de todo contacto social, no es la mejor manera de evitar que delinca. Todo lo contrario. A alguien que se vea tan rechazado por el mundo, no le importará nada robar, agredir o matar. Ya lo ha perdido todo.

¿Habremos conseguido nuestro objetivo? ¿Habremos reducido el crimen?

Todo lo contrario, lo habremos aumentado. Luego esa estrategia no funciona.

Por eso, cuando oigáis a alguien hablando de endurecer las penas al tipo de delito que sea recordad esto: Nuestro enemigo es el delito, no el delincuente.

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